¿Quién no ha dicho alguna vez “te quiero”? Y sin embargo, ¿cuántos, al pronunciar estas palabras, quieren de verdad?
“Te quiero” es a veces una forma personal de tranquilizarse, una breve frase lanzada como arpón para atraer la afirmación recíproca o un “yo también”. No hay nada gratuito, pues, en esta declaración, más parecida a un secuestro que a la expresión de sentimientos profundos.
Por mi parte:
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Si de verdad te quiero, mis sentimientos hacia ti no encierran condiciones; y aun cuando por puro placer alguna vez pueda expresártelos, no espero nada a cambio, ni siquiera tu amor, puesto que el amor no espera reciprocidad.
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Si de verdad te quiero, no pretendo que me hagas feliz, pues mi felicidad solo a mí me pertenece. No espero nada de ti, para dejarme sorprender mejor, para no reprocharte un día que no me hayas dado lo que nunca me prometiste.
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Si de verdad te quiero, no busco influenciarte ni cambiarte. Saboreo tu libertad, consciente del privilegio de poder enriquecer mi vida con el reflejo del ser distinto que eres. Tus diferencias se transforman en cuestionamientos propios y desafíos personales.
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Si de verdad te quiero, jamás pretenderé que te vuelvas dependiente, a fin de que te sientas plenamente libre en tus gestos y en tus elecciones, pues si nuestros caminos se cruzan, he de estar seguro de que ningún interés u obligación lo haya propiciado.
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Si de verdad te quiero, mi única preocupación por tu persona será saberla feliz y realizada. Allá donde el corazón te lleve, me dedicaré a contemplarte, a deleitarme con tus alegrías, aun cuando tu felicidad pueda un día alejarte de mi camino.
Así te quiero y te querré…