Libertad y responsabilidad

Dos palabras sin aparente relación, y sin embargo indisociables para mí. El ser humano reivindica la noción de libertad como un derecho fundamental que a menudo es incapaz de otorgarse a sí mismo cuando llega la posibilidad. Y es que la libertad, qué duda cabe, tiene un precio:el de la responsabilidad que engendra.

Ser oveja de un rebaño no consiste solo en seguir los pasos de la masa sin hacerse preguntas, sin tener que asumir la más mínima decisión. A la oveja dócil nada puede reprochársele, puesto que no hace sino obedecer al pastor. Y tales ovejas no están solo en los prados, claro está: también en nuestras ciudades, nuestras iglesias, nuestros ejércitos… Sueñan con ser libres, pero el convencimiento de que no tienen otra elección las reconforta en su servilismo voluntario.  ¿Tienen en verdad ganas de distanciarse del rebaño? En lo que respecta a la mayoría, no lo creo.

Dejar atrás la senda de la masa para trazar nuestro camino requiere asumir las consecuencias de las decisiones que tomamos, y comportarnos, por tanto, como un ser responsable. No existe pues libertad alguna para el ser irresponsable. Volar con nuestras propias alas solo puede ser un acto responsable. Libertad y responsabilidad son las dos caras de una misma moneda.

Soy profesionalmente independiente desde mis inicios en la electrónica, aproximadamente en mitad de mi adolescencia. Esta libertad, a la cual no renunciaría por nada del mundo, ha suscitado y suscita aún numerosas envidias que a veces llegan hasta mis oídos. Hay incluso algunas personas que me detestan secretamente porque represento para ellas todo cuanto no han osado emprender. Evidentemente, estas personas no ven (o no quieren ver) más que un lado de la moneda, el de las ventajas de la libertad, que oculta tras de sí todas las responsabilidades que se derivan; esto es: asumir plenamente las consecuencias de las propias elecciones, no contar nunca las horas de trabajo, hacer prueba de una flexibilidad extrema, absorber las irregularidades y riesgos financieros, organizar el propio plan de previsión para la jubilación… Por citar solo algunas. En definitiva, ¡ninguna organización externa a la que reprochar los propios escollos!

Esto es solo un ejemplo personal. No me creo más responsable que nadie. Solo intento asumir lo mejor posible esta forma de libertad que para mí es tan valiosa. Si tantas personas se ven privadas de sus libertades fundamentales, es a menudo porque eligen encerrarse en sus propias cárceles sentimentales, financieras, religiosas, sociales… Pero nuestra libertad potencial nos pertenece plenamente, y no está en manos de nadie. Ni la sociedad, ni la religión, ni el cónyuge o cualquier miembro de la familia es el responsable de nuestra falta de libertad.

Cuando oigo a la persona casada y con tres hijos de corta edad, que ejerce una actividad profesional desbordante, acusar a la sociedad de su falta de libertad, me digo simplemente que dicha persona ha elegido una forma de vida que no asume. Puesto que la única responsable es ella, y ninguna otra. Su matrimonio ha sido una decisión personal, su reiterada maternidad o paternidad es el fruto de una voluntad común, y su elección profesional puede ponerse en entredicho en cualquier momento. Cada uno es libre de entrar en un sistema, pero no hay que cargarle, después, la propia impotencia de no poder salirnos de él.

La auténtica libertad es asequible para todo ser viviente. Cada uno es libre de quedarse o marcharse, de vivir o morir, de ser feliz o desdichado, a partir del momento en que asume las consecuencias de sus decisiones en todos los planos.