A menudo confundimos “soledad” con “aislamiento”. Aun cuando el matiz que las distingue pueda parecer sutil, la diferencia es determinante. Una sana soledad escogida y correctamente dosificada es el mejor ingrediente para una vida equilibrada.
Es a la vez un medio de regeneración, de introspección, de reajuste… Y de cotejo, también, con uno mismo. ¿Cuántas personas huyen de esos momentos de soledad, sirviéndose de todo cuanto la sociedad puede ofrecerles, con el fin de poder, sencilla y llanamente, escapar de ellas mismas? Pero la vida termina siempre por acorralarlas…
No es fácil, para muchos, soportarse, contemplarse en un espejo, o incluso dejar de tener a alguien al lado que les aporte la ilusión del coraje no encontrado en ellos mismos. Está claro que las oportunidades para hacerse trampa no escasean, y casi todas pasan por una bulimia de relaciones que nos hacen sentir alguien de bien, de estimable, de reconocido…
Y tú, al encontrarte solo y desnudo frente al espejo, sin uniforme, sin maquillaje y sin artificio, ¿qué es lo que sientes?
La soledad no es, por tanto, el camino más fácil; al menos, al principio. Pero en un plano terapéutico, es perfecta, pues conduce a la autenticidad, y desarticula nuestras estrategias de fuga. Ya no es posible, por ejemplo, comportarse como víctima, cuando se está solo por elección propia, puesto que ya no hay nadie a quien trasladar las propias miserias. Nos damos cuenta, entonces, de todas las estrategias de nuestra mente, que intenta siempre hallar causas externas a todo cuanto le disgusta. Pero ahí, en la soledad, ya solo hay un responsable:Uno mismo. No ser la víctima de nadie es para mí pura dicha, pero igualmente parece la peor pesadilla de aquellos y aquellas que prefieren pasar sus vidas buscando chivos expiatorios.
¡Observemos cuán reveladora puede ser la soledad!
La desaconsejo encarecidamente a cuantas personas prefieren atribuir al mundo y a Dios la suma de sus miserias. Es en realidad la mejor forma para ellas de nutrir su propia miseria interior, alimentando así el ciclo infernal de la victimización que podríamos denominar “síndrome calimero” (en relación al dibujo animado que tan devastadoramente ha influido en aquellos y aquellas que lo han conocido).
Cuando evoco la soledad, hablo de periodos elegidos y equilibrados que permiten estar a solas con uno mismo en una actividad, pero también en “el ser” a través de la meditación y de muchas otras no-actividades. Estos instantes para uno mismo permiten encontrarse con otros de forma más sana, sin la expectativa de hallar en los demás lo que a uno tanto le falta.
Cada cual tendrá sin duda su propia definición, pero en lo que a mí respecta, el aislamiento empieza cuando la soledad se convierte en una forma de evitar toda confrontación con otros. El aislamiento marca una neta ruptura, mientras que la soledad es una forma de retiro armoniosamente dosificada. Una vida de incontables relaciones puede conducir al aislamiento, y la soledad es la mejor forma de encontrar el equilibrio para no balancearse de un extremo a otro.