A menudo aguijoneo a la sociedad con mis abundantes textos, y -lo habrás constatado- me distancio de ello enormemente en mi forma de aprehender la vida. Y, sin embargo, no busco sentar a nadie en el banquillo, puesto que no tengo nada que juzgar, y prefiero observar con el mayor distanciamiento posible. No, no siento que forme parte de esta sociedad, y no albergo la menor aspiración de alimentar el sistema actual mediante la división, posicionándome a favor de un partido político o de una ley. Lo que es justo y universal debe serlo para todos y sin fronteras. Soy pues, a mi manera, anacoreta, a la vez que me relaciono con numerosas personas, y me siento feliz de estar aquí y ahora, en esta tierra que amo profundamente.
Reconocer nuestra responsabilidad
Es fácil juzgar a nuestra sociedad, criticarla y transferir la culpa a los dirigentes de este mundo. Esta actitud es totalmente irresponsable, puesto que una sociedad no puede ser sino el reflejo de los seres que en ella viven y la nutren con sus decisiones y comportamientos. Negarse a afrontar la propia responsabilidad empuja a una mayoría de personas a confiar su poder político y religioso a seres seductores que prometen lo imposible. Estos terminan siendo siempre los chivos expiatorios, puesto que el fracaso inevitable de sus promesas electorales está anunciado desde el principio y se confirma sistemáticamente al final de su mandato. Tú los eliges por su capacidad de seducirte. Tú les confías tu poder, aun a sabiendas que están en un callejón sin salida. Así pues, detén tus críticas.
Sinceramente, en lo más profundo de ti mismo, ¿eres lo suficientemente ingenuo para creer que es matemáticamente posible disminuir el paro, aumentar los salarios y las vacaciones, adelantar la edad de jubilación y bajar los impuestos? En verdad, los líderes no mienten. Son elegidos en su mayoría para proporcionar tranquilidad, para que te acaricien en el sentido del pelo, simplemente. Ten solamente el coraje de mirar esta verdad de frente y asumir tu responsabilidad: tú has elegido a tus dirigentes, y ellos te dicen lo que quieres oír.
Ceguera y obstinación
Los chivos expiatorios no son nunca del todo responsables, al menos no más que tú. ¿Cómo podríamos reprochar a un hombre político que nos haya engañado, cuando nosotros le hemos elegido precisamente por eso, para que proyecte un futuro improbable sobre el muro hacia el cual nos lanzamos? Estamos todos en una gran sala de cine, hundidos en un universo material maravilloso, un futuro tecnológico floreciente, olvidando, no obstante, que detrás de todas esas bellas imágenes proyectadas, no hay en realidad más que un muro de hormigón. Y a pesar de la ilusión de una situación duradera, el miedo al impacto es tal que motiva a cada uno a refugiarse en lo material y en lo superficial para intentar hacer de todo ello un airbag.
La humanidad se reconforta así en una ceguera profunda, y cabizbaja, apreta hasta el fondo el acelerador, en dirección al muro. La preocupación no es ya saber cómo gestionar el fin del petróleo en la tierra, sino encontrar a aquel que nos acunará con promesas tranquilizadoras acerca del futuro prometedor de este recurso energético. Es interesante constatar que sin petróleo es puramente imposible alimentar y mantener en vida a más de mil quinientos millones de seres humanos y que, al día de hoy, cerca de siete mil millones estamos saqueando los recursos terrestres. Está, por otro lado, el calentamiento global, que no necesita ya demostración.
No podemos negar el peligroso trance que se nos anuncia para las próximas décadas, y sin embargo a mucha gente parece no preocuparle. Algunos hablan de ello, pero como de una mala serie televisiva, olvidando que ellos mismos son actores en dicho escenario. Semejante ceguera e irresponsabilidad parecen inimaginables, y en cambio la humanidad se obstina en negar la evidencia para no tener que poner en entredicho su pequeño confort.
Un poco de humildad
La raza humana sufre una profunda falta de humildad. Habiendo hecho su aparición en la última porción de la historia terrestre, se cree en la obligación y capacidad de administrar el universo. Olvida que la tierra ha vivido bien antes de su llegada, y sufre hoy sus peores agravios. No creo en un fin del mundo, puesto que el universo es bastante inteligente para equilibrarse, con o sin presencia humana. Pero creo profundamente en un fin de la civilización humana tal como la conocemos hoy. La naturaleza siempre ha regulado los desbordamientos de especies animales invasivas, y ello pasando a veces por una extinción completa de algunas de ellas.
Condenado a crecer
Mis palabras no pretenden alimentar el alarmismo o empañar tu visión del mundo, sino solo situarte frente a la incomodidad de una realidad. La suerte de estar aquí, hoy, es sin duda la más bella oportunidad jamás vivida. Crece el río… y tenemos la posibilidad de sumergirnos en el torrente de la vida y seguir la corriente tumultuosa del cambio, u oponernos, intentando en vano alcanzar la orilla, para estrellarnos contra el escollo del inmovilismo.
No soy ni profeta ni escritor de escenarios apocalípticos. No conozco ni mi futuro ni el tuyo. No predico ninguna creencia, dogma o doctrina. Mi mensaje es un mensaje de amor y de esperanza, no albergo odio, ni tampoco juzgo. Observo con distancia una profunda e inevitable metamorfosis. Tengo una fe profunda en la belleza del ser humano, en su capacidad de crecer gracias a sus experiencias, aun cuando deba fracasar para aprender. Tengo fe en una humanidad que en nada se parece a la de hoy. El ser humano está condenado a crecer. En mi opinión, la sociedad que hoy conocemos está sentenciada al desmantelamiento, para renacer, fortalecida por sus experiencias pasadas.
Tomar distancia
Y tú, ¿puedes tomar distancia? Sin aferrarte a tus experiencias, ¿puedes mirar la tierra desde el espacio y reconsiderar tu vida en su globalidad, con algo más de coherencia? ¿Está tu vida cotidiana alineada con tus aspiraciones más profundas? ¿Los valores que defiendes son únicamente los tuyos? ¿Eres profundamente feliz? Permite que sea tu corazón quien responda, mientras contemplas nuestra tierra de acogida desde muy alto.
Hoy, debemos reconsiderar los fundamentos universales de nuestra civilización: sobrepoblación, modo de vida, necesidades energéticas, fuentes de abastecimiento, reparto de recursos, respeto por la tierra… Ahí están los grandes interrogantes que hemos evitado hasta este día, y a los que irremediablemente deberemos responder en los próximos tiempos.
Como el niño que empieza a andar
El niño que aprender a caminar se levanta, intenta dar un paso, y cae. Entonces se levanta, y empieza incansablemente de nuevo, afinando cada vez más su técnica, para un día elevarse en su verticalidad, y andar. Sus caídas no son fracasos, sino aprendizajes sucesivos. Durante todo ese periodo, nosotros le animamos. Es importante, en esos momentos, confiar y no dejarse llevar por el negativismo. Alimentemos esta confianza profunda en la humanidad, que un día terminará por caminar bajo la Luz, y no juzguemos su forma de conseguirlo.