Arrepentirse es una forma de rechazar las experiencias de la vida y lo que ella nos enseña en cada instante. En función de lo aprendido, nuestras elecciones de hoy diferirán sin duda de las de ayer, y todo está perfecto así. La riqueza del ser humano reside en su capacidad de tomar decisiones diferentes en instantes diferentes, y de sacar de ellas un aprendizaje.
Arrepentirse no equivale a extraer enseñanzas de nuestras experiencias pasadas. Estos dos enfoques son totalmente divergentes: mientras que uno reniega de nuestros propios fundamentos sin poderlos cambiar, el otro acoge el pasado para trascenderlo. Arrepentirse es una triste forma de renegar de la propia naturaleza humana, intentando en vano la reconstrucción de un pasado hipotético que habría podido ser el nuestro, pero que en cualquier caso, no lo será nunca, puesto que ya no pertenece al instante presente. El arrepentimiento consiste en ubicar la propia energía vital en un mundo que ya no existe. Así, la persona que vive en el arrepentimiento es como un balón agujereado que huye, deshinchándose de la vida que le habita.
Lo que algunos califican de “mala decisión” siempre es una ganga. La vida es un aprendizaje, y a veces nos enfrenta a dolorosas decisiones que nos impulsan a crecer. Así pues, no hay malas decisiones, siempre y cuando las asumamos. Evidentemente, no predico el culto al sufrimiento como única vía de crecimiento o de curación. Las religiones ya lo hacen abundantemente en mi lugar. El sufrimiento es una vía, pero no es la vía. ¿Acaso no decimos: “Todos los caminos conducen a Roma”? El sufrimiento moral puede ser vivido de forma muy distinta, según si nos colocamos en el rol de víctima o en el rol de un ser responsable de sus actos. Comportarse como víctima atrae la influencia exterior sobre uno, nos vuelve dependientes, impotentes y miserables. Ser responsable es la vía directa hacia la libertad.
La historia es estéril, es la de un presente cumplido: el de ayer. El culto al pasado equivale a contemplar cosas muertas, cristalizadas e inmóviles. No necesitamos huir del pasado, solo dejarlo en su lugar, sin juzgarlo, extrayendo de él sus valiosas enseñanzas, y considerando con atención que lo que era válido ayer no lo es necesariamente hoy. Al igual que el futuro, el pasado no debe ser un refugio para esquivar el presente.
El pasado nos ha construido, honrémosle, por tanto, por ello, inundémoslo de gratitud, pero no huyamos a lomos del arrepentimiento. Arrepentirse equivale a renegar lo que nos ha edificado, y así pues lo que hoy somos. El arrepentimiento pertenece al pasado, y el pasado no puede ser cambiado. La vida es el aquí y el ahora, es el momento presente, que puede ser remodelado en cada instante. Lo esencial es asumir y amar a quien hoy somos.
No tiene sentido afirmar: “Si pudiera volver atrás, lo haría de otro modo”. Esto es una perogrullada, una evidencia lógica. No hay nada que rehacer, puesto que el pasado ya no existe. Puedes decirte que mañana tus elecciones serán diferentes de las de hoy, puesto que eres humano. Y si mañana terminaras arrepintiéndote, sería del instante presente del que renegarías. Lo importante es no lamentarse por el pasado, sino más bien construir el presente de forma que no se repita lo que te ha disgustado.
Contrariamente al ordenador, que repite incansablemente una rutina, nosotros tenemos la maravillosa facultad de construirnos en cada momento, sobre la base de nuestra experiencia, desde la cual nos elevamos. Las máquinas son competentes, pero no crecen. El ser humano tiene esa dimensión suplementaria, que puede elegir explorar o no. No se puede crecer arrepintiéndose del pasado, renegando de los cimientos. Encerrarse en la rutina y en los mismos esquemas de funcionamiento no nos enseña nada. El aprendizaje es esencialmente dinámico, se basa en el cambio y no deja espacio alguno para el arrepentimiento. Arrepentirnos es serrar la rama que nos sostiene.
La vida es un largo camino que recorremos desde nuestro nacimiento. No podemos modificar el itinerario recorrido hasta este día, aun cuando nos llegue a disgustar con el tiempo. Pero podemos en cada instante tomar una nueva dirección, con el fin de dejar un lugar que ya no nos inspira. Al final de nuestro recorrido terrestre, habremos tomado un camino sinuoso, jalonado por múltiples rodeos, pero que nos habrá enriquecido mucho más que si hubiéramos tomado la vía directa.
El ser humano envejece cuando el sueño cede su sitio al arrepentimiento.