Sobre la pareja, el matrimonio y el divorcio

Durante mucho tiempo, he vivido “como todo el mundo”, persuadido de que en el otro hallaría la felicidad para toda la vida. Y esa bella ilusión se rompió en los años 2000. Entonces, me interrogué mucho acerca de la institución que llamamos matrimonio, así como acerca de todas las obligaciones que de ella se derivan. A decir verdad, no conocía (o muy poco) a personas felices y realizadas en su vida de pareja.

Con toda evidencia, es irrespetuoso de la naturaleza humana obligar a cualquier persona a que se comprometa de por vida mediante un contrato, sea cual sea. Y sin embargo, a qué precio muchos seres eligen cumplirlo, hasta el punto de destruirse mutuamente, y llegar incluso a la enfermedad o a la muerte (¡he visto a tantos!).

La vida en pareja

Rápidamente me di cuenta que no se trataba, en realidad, de la preocupación por cumplir un contrato, sino de un miedo profundo y visceral: ¿cómo existir sin el otro? La vida en pareja es un maravilloso camino de aprendizaje, no lo niego ni por un segundo, pero no es un paso obligado. La vida está compuesta de múltiples caminos que llevan, todos, a un mismo destino. Lo importante no es elegir el bueno, sino caminar por el propio.

Entonces, ¿por qué tanta obstinación por encontrar nuestra alma gemela? Esta obsesión, a veces compulsiva, y más frecuente en el hombre, se debe a menudo al miedo profundo de verse enfrentado a uno mismo, y a la necesidad sicológica de vivir la propia sexualidad. Dado que el número de relaciones de pareja realmente realizadas representa una amplia minoría, es interesante cuestionarse sobre este tema, y tal vez poner en entredicho el concepto establecido de la vida en pareja.

El verdugo y la víctima

En teoría, se supone que la pareja es uno de los principales motores de evolución. Pero en la práctica, es uno de los medios más fáciles de no tener que abordar las propias responsabilidades, obligando al otro a asumir las razones de la propia infelicidad. La dificultad de asumir nuestros miedos, nuestras incoherencias y nuestras disfunciones nos empuja a menudo a imputarlas al otro, adoptando entonces el rol de víctima.

He oído a numerosas personas decir “si pudiera, me marcharía” o “en cuanto disponga de los medios, me voy”. Entiendo, a través de sus mensajes, que no están internamente preparados para dar el paso, y a buen seguro no lo darán, pues su cónyuge “verdugo” es el chivo expiatorio perfecto, que les permite situar sus problemas afuera, sin tener así que enfrentarlos. “Yo estoy bien. Él/ella tiene un problema”. Tampoco la fuga ciega y sin cuestionamiento resuelve nada, puesto que lleva a las personas a revivir las mismas situaciones, de relación en relación. Como un carrusel, la vida nos presenta cíclicamente lo que hemos intentado ocultar en la vuelta anterior.

El otro no es la clave de nuestra felicidad

El otro no podrá darnos nunca lo que somos incapaces de ofrecernos a nosotros mismos. Otra ley universal que rige la vida en esta tierra… ¡y a la que nadie escapa! La persona acomplejada que no se quiera tal como es, no podrá nunca acoger el amor del otro. Reprochará entonces al otro que no le ofrezca todo el amor que merece. A eso se le llama proyección.

Está claro: es infinitamente más fácil soñar con la ilusión de que la pareja es la clave de la felicidad, que emprender el trabajo con uno mismo, en profundidad, el cual conlleva muchos replanteamientos e incomodidades. Y sin embargo, esa es la vía más sabia, y no impone por ello el celibato o la abstinencia.

La felicidad se construye en soledad para luego compartirse entre dos

No se puede vivir feliz con alguien si no se es capaz de ser plenamente feliz solo. La felicidad (o la infelicidad) no se construye en pareja, se construye en soledad para luego compartirla con el otro. El otro no es responsable de ti, él/ella no te debe nada, no puede colmar tus carencias. Solo tú puedes cambiar tu vida. El otro solo puede acompañarte en tu camino, desde el amor incondicional.

La vida en pareja es pues posible, no como terapia, sino como forma de compartir y alimentar, en el instante presente, lo que ya existe en lo más profundo de nosotros. Libres de toda expectativa, podemos entonces crecer ambos, apreciando nuestras diferencias y nuestra belleza interior.

Matrimonio y divorcio

El divorcio no es la prueba del fracaso de la pareja, sino más bien la de la institución llamada “matrimonio”. Y es que aquel vuelve a poner en entredicho todo el concepto del matrimonio, el cual es, supuestamente, un contrato para toda la vida, ya sea frente a la ley como para la religión. Pero resulta que el ser humano cambia y evoluciona a lo largo de todo su recorrido. Solo los imbéciles no cambian de opinión. El objetivo de nuestro paso por la tierra no es fijar elecciones en el tiempo, sino avanzar y crecer, teniendo el valor de reconsiderarlas a cada paso.

El divorcio no tendría que existir, en el sentido de que el matrimonio debería ser, a mi modo de ver, un compromiso renovable cada día, que lleve a los esposos a alimentar el amor y a hacer fructificar su relación. El matrimonio es un fracaso porque lo damos por sentado. Tomado en el sentido de un compromiso de cada instante, no podría ser roto por el divorcio, sino simplemente no renovado, si la distancia se impone. La obligación no lleva a la felicidad y a la realización, sino solo, a buen seguro, a la frustración.

Cada uno avanza en su camino. A veces, algunos convergen, se cruzan o divergen… Pero en todos los casos, nuestra felicidad nos pertenece y no se halla en el camino del otro.

Te invito a proseguir el diálogo sobre este tema en el foro (en francés):  Votre regard sur le couple, le mariage et le divorce


Anexo 1: El punto de vista de la iglesia católica cristiana sobre el divorcio

La iglesia siempre ha condenado de forma inapelable el divorcio, y en especial el hecho de iniciar una nueva relación amorosa tras un primer matrimonio. Recorriendo los puntos de vista del Vaticano relativos a la comunión, descubrimos los textos siguientes:

Sobre los divorciados: “…Esta norma de ninguna manera tiene un carácter punitivo o en cualquier modo discriminatorio hacia los divorciados vueltos a casar, sino que expresa más bien una situación objetiva que de por sí hace imposible el acceso a la Comunión eucarística: « Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio » (Exhort. Apost. Familiaris consortio, n. 84: AAS 74 (1982) 185-186)…” Extracto de la Congregación para la doctrina de la fe (Carta a los obispos de la iglesia católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar.)

Sobre las personas encarceladas: “…La tradición espiritual de la Iglesia, siguiendo una indicación específica de Cristo (cf. Mt 25,36), ha reconocido en la visita a los presos una de las obras de misericordia corporal. Los que se encuentran en esta situación tienen una necesidad especial de ser visitados por el Señor mismo en el sacramento de la Eucaristía. Sentir la cercanía de la comunidad eclesial, participar en la Eucaristía y recibir la sagrada Comunión en un período de la vida tan particular y doloroso puede ayudar sin duda en el propio camino de fe y favorecer la plena reinserción social de la persona…” Fragmento de la exhortación apostólica postsinodal sacramentum caritatis del papa Benedicto XVI.

Para negar la comunión a las personas divorciadas, la iglesia católica alude a la contradicción, puesto que su doctrina reivindica la indisolubilidad del matrimonio. Pero si partimos de la idea, según la iglesia, de que el hombre no es sino un pobre pecador, forzosamente ha de vivir en la contradicción, puesto que pecar equivale a contradecir las leyes divinas. Y así, aplicando la más simple de las lógicas a las afirmaciones de la iglesia, todo ser humano vive en contradicción por su naturaleza pecadora, por lo que la comunión no debería ser accesible a nadie. Y entonces, se deduce que es la iglesia la que está en plena contradicción (demostración por reducción al absurdo).

Es interesante constatar que la comunión es recomendada para los presos, sin distinción de falta, pero es negada a las personas divorciadas que se han vuelto a casar o que han iniciado una nueva relación. Enamorarse de nuevo está pues considerado como algo más grave que todos los crímenes que puedan llevar al encarcelamiento. Pero, claro está, sabemos que el crimen es un tema delicado que siempre ha sido esquivado por la iglesia, puesto que ella misma ha comanditado y alentado grandes guerras en nombre de dios.

A la vista de lo precedente, el practicante católico que desee casarse de nuevo religiosamente, sin renunciar a la comunión, haría mejor en optar por el homicidio, antes que por el divorcio. ¡Qué ironía! Incluso el Islam, a menudo citado por el rigor de sus principios, reconoce el divorcio, así como el matrimonio posterior. La iglesia católica demuestra una vez más su ridiculez, catalogando y juzgando. En su cobardía y en su falta de coraje para asumir plenamente el integrismo de sus puntos de vista, deja entreabiertas las puertas a los divorciados que han formado nueva pareja, prohibiéndoles, sin embargo, “sentarse a la mesa”. Y tú, ¿aceptarías una invitación a casa de unos amigos, sabiendo que se te niega el acceso a la mesa del anfitrión? Pero, por suerte para sus mórbidos dirigentes, que pretenden regir las leyes del amor sin haberlo vivido nunca en su corazón, lo ridículo no mata, de lo contrario las tierras del vaticano estarían desiertas desde hace mucho tiempo.


Anexo 2: Información complementaria del obispado de Lausana, Ginebra y Friburgo

En complementación con lo precedente, expongo que fui recibido el jueves 16 de abril 2009 por el Señor Louis Both, canciller de la diócesis de Lausana, Ginebra y Friburgo, en el marco de una entrevista personal, con el objetivo de clarificar la posición de la iglesia católica romana, relativa a los dos textos del Vaticano mencionados más arriba. La explicación es muy clara, y me limito a compartirla:

  • El detenido en medio carcelario ha cometido una falta y se arrepiente. Obtiene, pues, el perdón de la Iglesia y se alienta, en su caso, la comunión.
  • El divorciado que se ha vuelto a casar (o vive en concubinato) burla, de forma permanente, la supuesta indisolubilidad del matrimonio. Permanece, pues, diariamente en pecado y no tiene derecho a la comunión.

En cuanto a lo que, claramente, se desprende de las palabras de la Iglesia (el practicante católico que desee volver a casarse religiosamente sin renunciar a la comunión, haría mejor en optar por el homicidio, antes que por el divorcio), no obtuve como respuesta otra cosa que una sonrisa algo incómoda y embarazosa.

Razón de más, en mi caso, para haber abandonado la iglesia católica romana.