Etimológicamente, la palabra fe viene del vocablo latino fides, que no tiene connotación religiosa alguna y está vinculado a la raíz indoeuropea bheidh, que remite a la noción de confianza y persuasión.
La creencia se confunde a menudo con la fe, ambas asociadas erróneamente a algo fundamentalmente religioso. Hacer la distinción nos conduce a una mayor comprensión de nuestra forma de funcionamiento.
Las creencias tranquilizan
Todo nuestro recorrido terrestre está jalonado de tantas creencias personales como populares. Pasamos nuestra vida condicionándonos a través de creencias, con el único objetivo de tranquilizarnos. La creencia está íntimamente ligada a la mente, la cual necesita afirmarse en su incesante actividad. Y cuando una creencia es adoptada por una población entera, se asimila a una verdad absoluta, adquirida. Pero en el fondo de cada uno, el germen de la duda subsiste y corroe el edificio, que termina tarde o temprano por hundirse, cual castillo de naipes. Así funciona nuestra sociedad, que se complace en evolucionar en el mundo virtual de las creencias.
La lista es larga
Pero la creencia no tiene nada de auténtico: es dogmática. Es el fruto de las civilizaciones y de nuestra mente, que por temor, intenta apaciguarse adhiriéndose a todos los principios que puedan tranquilizarla: “No tendré éxito en la vida si no estudio”, “El sufrimiento es un paso obligado”, “No tengo derecho a ser feliz”, “No lo merezco”, “Nunca lo conseguiré”, “Si no duermo ocho horas cada noche, estaré cansado”…
Dado que cada creencia está acompañada de su cortejo de temores, las encadenamos sin fin para paliar los anteriores. Podríamos llenar páginas enteras, y añadir más a la lista, cada día. No es difícil comprender que tantas limitaciones y condicionamientos saboteen toda esperanza de felicidad.
La cabeza cree, el corazón sabe
Y, dominados de tal forma por nuestra mente, olvidamos al vecino de abajo: ¡nuestro corazón! Este no puede creer en nada, solo puede vivir lo que le habita. Cuando crees, no estás nunca en tu corazón. Creer en Dios no nos conecta con nuestro corazón, sino solo con nuestros miedos y nuestras dudas. Creer es puramente cerebral.
Solo podemos creer en algo inseguro, puesto que cuando estamos seguros, ya no creemos: sabemos. Yo no digo: “Creo que respiro”, sino “Sé que respiro”. Nadie podrá hacernos dudar nunca acerca de este punto. Y ahí, ya no es cuestión de creencia, sino de fe.
La fe
La fe se vive en el corazón, y no está en absoluto ligada a la mente. La fe, aun cuando esté frecuentemente asociada con la religión, no es por supuesto exclusivamente religiosa. La fe dormita en cada uno de nosotros, y puede expresarse en registros específicos de nuestras vidas, si le ofrecemos la posibilidad. La fe emana del corazón. Cuando la fe nos anima, el miedo ya no existe. Es muy simple. La fe nace del interior, es una fuerza, una certeza profunda que nos habita, sin que nadie, nunca, haya tenido que inculcárnosla. La fe está ahí, desde nuestro nacimiento, e incluso, sin duda, desde hace mucho más tiempo. No la heredamos de nadie, es intemporal. Pero no estamos acostumbrados a concederle un espacio en nuestras vidas, puesto que, desde nuestra más tierna infancia, hemos sido programados para buscar toda la verdad fuera de nosotros. La sociedad y las religiones han ahogado la fe para imponer sus creencias.
Las creencias no ayudan en nada
¿Piensas que las creencias religiosas ayudan realmente a la gente a morir? Por haberlo vivido en múltiples ocasiones, mientras acompañaba a personas al final de sus vidas, puedo afirmar que no es mayoritariamente el caso. Sin ánimo de generalizar, las personas creyentes tienen muy a menudo dificultades para dejar la vida terrestre, ya que sus creencias religiosas culpabilizantes solo son cerebrales y condicionadas por el miedo heredado de la educación religiosa. He visto morir a personas muy practicantes, por no decir beatas, sumergidos en la terrible y angustiosa duda de si habrán sufrido lo suficientemente como para merecer un lugar en el paraíso. Las creencias terminan irremediablemente por atraparnos, y acaban volviéndose contra nosotros. Una persona que naturalmente tenga fe en una vida que no empieza en el nacimiento ni termina en lo que denominamos muerte, puede aproximarse al pasaje y experimentarlo con serenidad.
Fe y religiones
La verdadera fe es peligrosa para las iglesias, ya que les despoja de todo poder sobre sus fieles. Las religiones han formateado a Dios y querrían dictar su fe al mundo. Pero la forma impuesta solo puede dar paso a las creencias. La fe, en cambio, se modela en el interior, y no depende de ninguna forma externa, de ningún dogma. A la gente solo se le puede enseñar lo que ya tiene en su corazón. Es un poco como si intentaran enseñarte el amor, que surge siempre de improvisto y bajo una forma personal e inesperada. La palabra fe es esencialmente incompatible con la palabra religión. Con toda evidencia, no se puede despertar la fe con la ayuda de un manual de instrucciones.
Cuando siembras una semilla, ¿le impones unas directivas para dictarle la forma en que habrá de crecer? ¿Le dices: “Quiero que crezcas muy rápido desde febrero, y que luego florezcas en agosto con multitud de flores amarillas, con cinco centímetros de diámetro, para alcanzar, a través de la tierra, el paraíso de las flores en octubre“? Parece ridículo, ¿verdad? Y sin embargo es lo que practican los dirigentes religiosos cuando imponen su forma estricta, exclusiva y protocolaria. En lugar de sembrar la semilla en ti, te imponen su resultado final con todo detalle, lo que no puede sino alimentar una mente sedienta de creencias.
Cuando decides transformar tu casa, empiezas por vaciarla completamente. Para que la semilla de la fe pueda realmente germinar, hay que empezar, lo primero, por olvidarse de todo, para hacer tabla rasa de las creencias religiosas inculcadas, para hacer el vacío, y así crear un espacio en el mantillo de tu corazón. La semilla puede entonces, por sí misma, tomar asiento y crecer, de forma natural, sin que tengas que modelarla con dogmas o creencias. Y una mañana, sentirás que desbordas algo nuevo, sagrado, eterno y desconocido hasta entonces. Entonces, tal vez descubras que, curiosamente, esa cosa resuena con lo que vivieron Jesús, Buda o Mahoma, a su manera y en su época. Toda necesidad de apego a una etiqueta religiosa habrá entonces desaparecido, ya que la fe no puede ser limitada o encarcelada por el dogmatismo religioso.
Fe y niños
El regalo más bello que puedes hacer a tus hijos es ahorrarles toda educación religiosa, mientras les ayudas a fijarse en los valores esenciales de la vida. Si tú brillas por tu forma de ser, eso les interpelará mucho más que si les inculcas tus creencias desbordantes de miedos y dudas. La fe no se trasplanta, se siembra. Cuando siembras, lo haces con desapego y humildad, pues nunca sabes qué semillas germinarán o cuáles morirán. Eso poco importa, tú siembras.
La gran limpieza
Conviene pues, en la medida de lo posible, hacer limpieza y emprender un trabajo introspectivo, que permita disociar nuestra fe de nuestras creencias. El miedo es el barómetro infalible que nos indica si estamos en la mente o en el corazón. Tomar conciencia de nuestras creencias nos descarga ya de un gran peso y nos ayuda a liberarnos, con el paso del tiempo. La fe, por su parte, no puede ser disuelta, puesto que forma parte de nosotros. Es esa parte íntima de nosotros que sabe, y que nos guía mediante la inspiración por el camino de la vida.
En conclusión
La fe es nuestra verdad íntima, está grabada en nuestro cuerpo, es auténtica e inquebrantable, es la firma de nuestra alma. La fe es un don inestimable, una puerta entreabierta a todo cuanto nos supera. La fe nos vincula con nuestra esencia. Es ese camino al encuentro de uno mismo. La creencia es estéril, embarazosa e inútil. Nos esclaviza. De nuestras creencias, que nos pesan y nos marchitan, terminamos siempre por dudar. Nuestras creencias se vuelven, tarde o temprano, contra nosotros.
La fe no se aprende, reside en nuestro corazón y se alimenta de amor, cuando dejamos que florezca. ¿Crees que los seres que han hecho historia tuvieron mucho coraje? Yo creo que tuvieron, ante todo, fe en sus proyectos. Finalmente, no es tan complicado realizar una gran acción, en la medida en que la misma está alineada con nuestra fe.
¿Es más sufriente codearse con la muerte a diario que vender pan en una panadería? Indudablemente, no, si nuestro camino profesional está en concordancia con nuestras aspiraciones profundas. La fe nos transporta entonces hacia las acciones que nutren nuestra alma. Todos somos héroes, cuando damos permiso a nuestra fe para ganar terreno a las creencias.