Sobre el verbo amar y sus múltiples facetas

He aquí algunas definiciones oficiales de diccionarios que intentan explorar el sentido del verbo amar*:

– Sentir afecto, amor o cariño hacia alguna persona o cosa
– Sentir interés o inclinación hacia alguna cosa
– Disfrutar de, encontrar agradable. (Ej. Me gusta comer) **
– Querer, tener ganas de…

Definición

El verbo amar es sin duda el más impreciso en su significado y el peor definido de la lengua francesa. Es asimismo lo más incomprendido de nuestra sociedad, ya que resulta simplemente imposible enfocarlo de forma racional y cartesiana. Está rodeado de múltiples tabús, restricciones, barreras, convenciones, juicios y limitaciones. Es a menudo sinónimo de apego y de dependencia, hasta el punto de que muchos creen que los celos son una prueba de amor.

Amor y dependencia

Pero, ¿son el apego y la dependencia garantes de un amor verdadero? Es evidente que no. No son sino distorsiones del amor, el cual no puede estar nunca encarcelado, empaquetado. El amor está vivo, es libre y no puede estar condicionado, ya sea por el matrimonio o por cualquier otro pacto. El amor es esa energía que nos habita a todos, es nuestra esencia, y no podemos apropiarnos de la de otros, ni por un segundo, ni por una vida. Cuando el amor parece depender de algo o de alguien externo a ti, caes en la ilusión del amor.

Amor = libertad

El amor sana, incluso aquello que juzgamos como lo peor. El amor elimina la sombra. Amar no consiste en consentir o respaldar, sino en mirar con el corazón, sin juzgar, sin condenar, sin tomar partido. El amor, en su fuente, es universal e incondicional. Cuando amamos realmente, no esperamos nada a cambio. El amor que ofrecemos es gratuito, no depende de ninguna regla o ley de nuestra sociedad. Cuando nos sentimos aprisionados por el amor, es porque el amor ya no está y porque el apego lo ha reemplazado sutilmente. El amor, en esencia, es libre y nos vuelve libres. Si te sientes limitado u obligado por cualquier forma de amor, es que el amor ya ha echado a volar.

Amor y propiedad

Hablar así le hace sentir a uno tan lejos de cuanto se vive en la tierra, ¡pero tan lejos! Por lo general, el amor se considera hoy día como una propiedad, uno de esos bienes materiales de los que nos rodeamos compulsivamente para sentirnos seguros, tranquilos y reconfortados, y para huir, en cierta forma, de nosotros mismos. El matrimonio le añade una nota de exclusividad y de eternidad, un compromiso para toda la vida de tener que amar al otro. ¿Qué hay de más tranquilizador? El amor se convierte en la ilusión de un bien adquirido, una seguridad totalmente ficticia en medio de la impermanencia de la vida.

Pero el amor no nos convierte en propietarios. Amar no nos confiere ningún derecho sobre otros. En ningún caso el amor nos permite reivindicar la reciprocidad o cualquier tipo de retorno. La verdadera cualidad del amor es que es gratis, desinteresado y no espera nada a cambio: es incondicional. El amor es la emanación de nuestra chispa divina, de la vida que fluye en cada uno de nosotros. Así pues, ¿cómo podríamos apropiarnos de la vida de otros? Esto parece evidente, y sin embargo muchos cónyuges experimentan un sentimiento de propiedad el uno respecto del otro, imponiendo así sus dictaduras: “Yo no autorizaría a mi mujer a comportarse así”, “Yo no toleraría nunca que mi marido vistiera así”…

Amor compartimentado y exclusivo

Entonces, ¿por qué el ser humano ha elegido darle tantos nombres? ¿Quién no ha experimentado nunca sentimientos “equívocos”, preguntándose en ese momento dónde está el límite entre el amor y la amistad? ¿Por qué el amor no podría ser vivido entre dos personas de sexo opuesto? ¡He aquí algunas preguntas pertinentes y a menudo molestas! Las convenciones sociales han tenido esa necesidad de recortar, compartimentar y ordenar el amor en cajones bien etiquetados so pretexto de razones morales y a menudo religiosas.

El ser humano ha conferido al amor una nota de exclusividad. ¿Piensas realmente que solo se puede amar a una sola persona a la vez? El amor se multiplica, no se divide. Es una fuente inagotable, la misma fuente que nos alimenta sin restricción y que tanta gente intenta catalogar bajo un nombre u otro… Solo nuestros condicionamientos y nuestra forma de vivir nos han llevado a creer que el amor es exclusivo. Pero el amor es múltiple e ilimitado en sus manifestaciones: la amistad, el amor por los hijos, el amor fraternal, el sentimiento amoroso, la compasión… Lo uno no excluye lo otro. Cada forma no es sino un vano intento de aproximación a una sola y única verdad. Para experimentar el amor, hay que empezar por des-compartimentarlo y dejar de creer en la exclusividad de sus formas. Cada una de ellas puede, sin excepción ser vivida, tanto en singular como en plural, sin que ello suponga limitación alguna.

El amor en la fuente

El amor toma infinidad de formas diferentes que no tenemos por qué juzgar ni compartimentar. Cuando un rayo de luz se descompone, nacen multitud de colores que forman parte, todos, de la misma luz. En la fuente, el amor es universal y no tiene forma. Los colores del arco iris nos parecen muy distintos y separados, pero más allá de la capa atmosférica, está la luz, una y única. Si nos apegamos a uno u otro de sus colores, nos situamos ante la imposibilidad de hallar la luz.

Del amor al odio

En el lado opuesto al amor, está el odio, el cual requiere mucho coraje. Para odiar, hay que empezar por envenenarse por dentro, echando herbicida en nuestro jardín interior, matando todo lo que hay de bello en nosotros. Para odiar, hay que empezar por hacerse daño, mucho daño. Es necesario, después, alimentar y avivar ese sufrimiento, que solo cuando se vuelve extremo puede generar odio. El odio, aun cuando parezca presentar ventajas frente al amor, exige empezar por destruirse para poder destruir al otro. El ser rencoroso se parece al fanático religioso que activa su cinturón lleno de explosivos en medio de la multitud. Para alcanzar a los demás, debe sacrificarse a sí mismo. El odio es la emanación del sufrimiento interior, exige cierta forma de coraje, pero también mucha cobardía. Alimentado a diario, el odio es una vía segura hacia las peores enfermedades. Es una forma eficaz de suicidio.

Amar para uno mismo

No ames para hacer bien a otros, puesto que desde ahí nace ya tu primera expectativa: la de intentar aportar a otros lo que crees les hará bien. Amar a otros es el más bello regalo que podamos ofrecernos. Amar nos alimenta, nos colma y nos sana: esa es su misión primera. Ello no tiene nada de egoísta. Yo no amo para ofrecer a otros. Amo, ante todo, por ese estado de plenitud profunda en el que me hallo cuando el amor me habita incondicionalmente. El amor ha sido a menudo exaltado como la entrega de uno mismo a otros, pero esto, como primera etapa, no es amor. El amor debe imperativamente florecer en el interior de uno, para después desplegarse. Lo contrario es, simplemente, imposible.

Tu corazón es un jarrón. Para que irradie amor, debe estar rebosante. Y para que esté rebosante, primero hay que llenarlo. El amor solo irradia cuando tú rebosas, cuando estás completamente lleno de ese amor.

Semillas de amor

Si recibes un saquito de semillas, ¿eliges distribuirlas a tu alrededor hasta que te das cuenta de que ya no queda ninguna para ti? En ese caso, lo habrás dado todo, e inevitablemente te volverás malo y agrio por no haber recibido nada a cambio, ya que sin duda albergas expectativas. Pero tienes también la posibilidad de cuidar “egoístamente” tu jardincito interior, y plantar en él esas semillas, para hacerlas fructificar y nutrirte, después, de sus frutos. Así, una vez saciado, podrás ofrecer el excedente de la cosecha a los que te rodean, y conservar algunos frutos, para retirar de ellos nuevas semillas que seguirán haciendo crecer tu jardín. Prioritariamente, te preocupas por cubrir tus necesidades vitales: ello te permite, después, crear abundancia a tu alrededor (sin olvidarte de ti), y asegurar la supervivencia y continuo florecimiento de tu jardín. Además, con tu ejemplo, incitas a muchas personas a cultivar su propio jardín interior. Así pues, no esperes a que tu saquito de semillas de amor esté vacío para cultivarlas en el mantillo de tu corazón.

Brillar desde dentro

¿Conoces alguna fuente luminosa que desprenda luz iluminando solo su entorno, sin brillar desde dentro? ¡Claro que no! Y, sin embargo, el ser humano intenta a menudo funcionar de esa forma, tratando de dar a otros lo que no cultiva en el interior de sí mismo. Una bombilla eléctrica produce primero en su corazón la luz para luego poder irradiarla alrededor. Con el amor, sucede lo mismo. Empieza por vivir el amor desde dentro, sin expectativa, sin condicionamiento. Aprende a amar toda forma de vida, sin juzgarla. Ese amor empezará por nutrirte a ti desde dentro, para luego emanar de cada una de tus células, y resplandecer. Cuanto más nutras ese amor, para tu bienestar, más amor irradiará tu ser.

Como conclusión

Hace poco me hicieron esta interesante pregunta: “¿Se puede amar dos veces en una vida?” La respuesta, es, por supuesto, clara y evidente: No, solo podemos amar una vez en la vida. El amor está ahí, en cada instante de nuestra vida: es nuestra esencia. Solo las manifestaciones difieren, pero está ahí, en lo más profundo de nosotros, incluso en los momentos más oscuros y más difíciles, desde el nacimiento hasta la muerte. Depende únicamente de nosotros dejar que se exprese de nuevo, una y otra vez…

Si piensas que el amor hace sufrir, inevitablemente, sufrirás. Si piensas que el amor es exclusivo, vivirás el apego. Si divides el amor y lo compartimentas, te hundirás en sus numerosas manifestaciones, para no vivirlo nunca íntegramente. Pero si intentas subir más arriba, más allá de tus heridas y de tus condicionamientos, descubrirás que todas esas manifestaciones son otros tantos caminos tomados por el hombre para intentar alcanzar una misma cumbre, una sola y única verdad, que no hace sino revelarse a través de la multiplicidad.

El amor no responde a ninguna ley terrestre. Fluye y circula sin perderse nunca. Regresa siempre a nosotros, bajo una forma u otra. ¡Es imposible darlo sin recibirlo! La forma más bella de vivirlo es la de intentar no encarcelarlo, no atarlo; la de ofrecerlo, simplemente, sin esperar nada. Solo entones florece, se multiplica y se expande por doquier.

El Amor es el camino. Y se ríe de la forma.

* Aimer en el original (N. de la T.)
** El verbo aimer admite diversas traducciones, como por ejemplo: “amar”, “querer” y “gustar” (N. de la T.)