La mirada ajena es una presión difícil de esquivar. Aun cuando pretendamos escapar a ella, rara vez nos deja indiferente. La necesidad de gustar, de ser reconocido y la falta de confianza en nosotros mismos crean expectativas y nos vuelven sensibles a la forma en que otros nos perciben.
La vida me ha llevado, por mi trayectoria atípica, a suscitar numerosas polémicas sobre mi persona. Imagínate un hombre de bien, bajo cualquier punto de vista, políticamente correcto, bien anclado en el molde de la sociedad, honorable jefe de empresa que consagra su vida al trabajo, poniendo de pronto su existencia en entredicho, poniendo patas arriba su vida y afirmando los valores profundos que habitan su corazón… Te dejo adivinar el encadenamiento de incomprensiones, suposiciones y juicios que se emitieron con respecto a mí. Inimaginable la variedad de rumores que corrieron, casi siempre gratuitos, y basados en suposiciones que se iban deformando de boca en boca…
Descubrí hasta qué punto el ser humano necesita inmiscuirse en la vida de otros para huir de la suya. Este encadenamiento de habladurías, me llevó a tomar distancia de las numerosas divulgaciones sobre mí. No busqué, pues, saber quién había afirmado que yo era seropositivo o que estaba en fase terminal de un cáncer fulminante… No habría hecho sino alimentar y reafirmar inútilmente todos esos rumores. Comprendí entonces hasta qué punto a veces la suposición puede ser destructiva. ¿Cuántos conflictos no nacerán sobre la base de suposiciones puramente gratuitas?
Así, tomé una gran distancia de la forma en que yo era percibido por otros, y gracias a todas esos chismes banales y estériles, aprendí más aún a afirmar mi verdadera personalidad, a dejar hablar a mi corazón, aún a riesgo de disgustar y de ser etiquetado por todos aquellos que pasan su tiempo compartimentando, reduciendo y ordenando al ser humano en pequeños cajones.
Esta curiosidad malsana y especulativa, que encontramos a menudo, no es sino una fuga que conduce a centrar la atención en otros, para evitar encontrarse y responsabilizarse. Personalmente, la intimidad de mis vecinos me importa poco. No por ello estoy distante o cerrado, pero no tengo interés en penetrar en sus esferas privadas, y menos aún en juzgarles. Lo que algunos calificarán de indiferencia es solo mi forma de respetar la intimidad de los seres con los que me relaciono.
No puedo sino animarte a desapegarte de la mirada ajena, de ese peso aplastante que te condiciona y te empuja a gustar, para sentirte reconocido. Toda tu riqueza está en la diferencia. En un prado, una bella flor atrae tu atención cuando sus colores y su luz difieren de las de otras. Sé esa flor, ¡diferente y auténtica! Sé quien tú eres, sin miedo a no gustar o a suscitar polémicas, no alimentándolas, tampoco, inútilmente. El desapego es la verdadera vía para llegar a eso.
Vive los valores que tu corazón ama, no los de la sociedad. Ten entereza. El respeto empieza por uno mismo. No tengas miedo de desestabilizar. Desestabilizar forma parte de la naturaleza humana. Puedes desestabilizar en el amor, sin afán de provocación o de causar daño. Afirma tus valores, tus orientaciones. En el corazón, no hay camino totalmente trazado. Permanece pues fielmente en el tuyo, y no dejes que te influyan aquellos que te juzgan. Es a ellos mismos a quienes juzgan a través de tu persona.
Si consigues permanecer totalmente ajeno a la mirada de otros, retirarás todo el poder a los seres que te juzgan, serás ese espejo perfecto que refleja con nitidez las artimañas ajenas. La mejor forma de alimentar las murmuraciones es darles crédito, dejando que te afecten.
Si la mirada ajena te desestabiliza, te invito a un trabajo introspectivo, con el fin de tomar contacto con las heridas que afloraron en ti, para emprender un verdadero trabajo de liberación y de desapego. A medida que te liberes de ese fardo, descubrirás que la mirada ajena no condiciona ya tu forma de ser, y en consecuencia, los rumores sobre ti se harán más raros, puesto que ya no te afectarán. Es la ley de la atracción: atraemos lo que alimentamos.
Sueño con un mundo donde cada ser humano se afirme tal como es en su corazón. Ese ramillete de diferencias sería el más bello regalo que podríamos ofrecer a la humanidad. Entonces, ¿por qué no empezar hoy? El movimiento es contagioso…