El tema de la prostitución ha avivado siempre la polémica entre los partidarios de un mal necesario y los moralistas que desean la abolición del oficio más antiguo del mundo. Me divierte observar esos debates, porque ya sabemos hasta qué punto es estúpido querer prohibir algo incontrolable. Pero más allá de la forma tradicional de relación tarificada, encuentro interesante recordar que la prostitución se practica de muchas formas, una de las cuales quiero evocar aquí: Se trata de la prostitución doméstica, la cual no se vive puntualmente, sino en el día a día, bajo el techo de la persona implicada. Y es que una vida cómoda se paga, más a menudo de lo que imaginamos, con el propio cuerpo.
Imagínate en pareja desde hace muchos años, en una hermosa casa, sin actividad profesional, con mucho tiempo libre, buenas vacaciones durante el año, así como la posibilidad de ofrecerte caprichos materiales. Pero en el plano afectivo, no quieres ya en realidad a tu pareja, la cual experimenta la legítima necesidad física de manifestarte su amor. En un primer tiempo, haces un “esfuerzo”, pensando en todo lo que una separación podría acarrear. Pero, rápidamente, experimentas un sentimiento de repulsa creciente, que proyectas en forma de odio contra tu pareja, haciéndola responsable de tu infelicidad, reprochándole que te quiera y que te desee carnalmente… (La pareja, por supuesto, puede ser tanto hombre como mujer).
He ahí un escenario tóxico que no tiene nada de excepcional, y que no es otra cosa que una forma de prostitución doméstica, donde uno de los miembros de la pareja compra su comodidad de vida, pagándola con su cuerpo. Puedo asegurar que detrás de las apariencias, a menudo engañosas, de numerosas parejas modelo con las que podrías llegar a relacionarte, se esconden situaciones muy similares a esta.
El aspecto perverso de la prostitución doméstica es que rara vez es premeditado, sino que generalmente es el fruto de una relación al principio equilibrada, que se va transformando progresivamente. El límite del respeto hacia uno mismo es a menudo muy sutil y difícil de definir cuando el amor se atenúa. Al principio, puede haber un sentimiento de culpa de no estar a la altura. Luego, se da un primer paso en el sentido del esfuerzo, esperando que regresen las ganas. Después, el acto sexual no deseado adopta la forma de un “deber conyugal”, para pasar a ser, poco a poco, un acto repugnante consentido, evitando de esta forma tener que plantearse una nueva vida en un pequeño piso, con el ejercicio de una actividad profesional, y con un desahogo material reducido.
Por supuesto, no juzgo esa opción de vida, pero sí observo que es profundamente destructiva, en el sentido de que la impotencia de asumir una realidad desde el respeto hacia uno mismo acaba transformándose en odio hacia el otro, enmascarando un profundo asco hacia uno mismo y saldándose frecuentemente con la enfermedad. Como habrás deducido, he tenido oportunidad de recoger numerosos testimonios del estilo en el medio paliativo… pero no solo ahí.
Únicamente deseo evocar una realidad tabú, que es la prostitución doméstica, recordando al mismo tiempo que existen muchas otras formas; sabemos, por ejemplo, que el éxito de numerosas carreras ha requerido pagar “cierto precio”. El acto sexual ha sido, desde siempre, una moneda de cambio, una forma de trueque. Encuentro ilusorio e hipócrita pensar en poner fin a eso, por medios legislativos que no sirven más que para calmar la conciencia del pueblo, principal consumidor de lo prohibido. Atañe, pues, a cada uno el no avalar un principio que le repugne.