Libre de todo encerramiento

Ya se trate de amor, de política, de religión o de desarrollo personal, el ser humano exhibe siempre esa necesidad compulsiva de encerrar sus ideales o sus prácticas, etiquetándolas o contraponiéndolas a otras. Una y otra vez, termina por extraviarse en su mente, perdiendo la esencia de la intención o gesto inicial. Parece no encontrar su identidad sino es en la escisión.

Personalmente, no puedo adherir a nada que pretenda arrogarse una exclusividad o que pueda rechazar lo diferente. Lo que escinde o rechaza no puede sino estar separado de lo esencial.

Profundamente anclado en mis convicciones:

No tengo pertenencias, porque el simple hecho de pertenecer a algo, sería ya una forma de excluirme de aquello a lo que nunca perteneceré.

No entiendo de competición, porque cada ser es único, y porque no puedo elevarme sin rebajar a otros.

No experimento la necesidad de medirme o compararme, porque nada de lo que habita al ser humano puede ser cuantificado.

No tengo pretensión alguna, ya que el instinto de superioridad es una ilusión del ego.

No tengo otro color que el que incluye todos los demás.

Simplemente “soy”. Libre de todo encerramiento.