Sobre la inteligencia

La palabra inteligencia viene del latín intellegere que significa comprender. Pero a menudo, y de forma simplista, se asocia la inteligencia del hombre con la suma de sus conocimientos y con su capacidad de memorización. Si fuera ese el caso, un ordenador sería mucho más inteligente que él, puesto que destaca en la materia. Entonces, ¿un ser humano es inteligente porque puede recitar de memoria todas las reglas gramaticales de la lengua francesa? ¿O por conocer las fechas importantes de la historia? No lo creo…

La inteligencia es esa dimensión vertical que nos habita, esa facultad única de utilizar nuestros conocimientos, nuestra intuición y nuestro corazón para construir nuestra vida. La inteligencia no guarda relación alguna con la instrucción. No son necesarios estudios o formación alguna para ser inteligente. El miembro de una tribu alejada de toda civilización no tiene por que ser menos inteligente que un universitario recién diplomado.

La inteligencia no consiste en citar las grandes palabras de otros, ni en construir nuestra vida sobre ellas, sino más bien en hallar nuestras propias verdades, y en educarnos a través de nuestras experiencias personales. La inteligencia es propia de cada uno, es esa claridad interior que ilumina tanto nuestras palabras como nuestros actos, pero que no se transmite, ni será nunca el fruto de un saber ajeno.

No hay inteligencia sin conciencia

En menos de 30 años la capacidad de cálculo de nuestros ordenadores personales se ha multiplicado por 4000, su memoria RAM por 10.000 y su capacidad de almacenamiento (disco duro) por 100.000. No obstante, se afirmaba alto y claro, llegando a la década de los 90, que la revolución informática avanzaría en la dirección de una inteligencia artificial que sobrepasaría la del ser humano; y esta fantasía ha inspirado, de hecho, los escenarios de numerosas películas, donde la maquina, ahora inteligente, superaba a su creador. Sin embargo, a pesar de esta evolución tecnológica, que ha superado ampliamente todas las expectativas de la época, nos encontramos hoy en punto muerto, y obligados a constatar que un ordenador no estará nunca en condiciones de disponer de aquello que es propio de todo ser vivo: su conciencia.

La inteligencia está íntimamente ligada a la conciencia. Algunos investigadores empiezan a admitir, solo ahora, que el cerebro no es nuestra conciencia, sino la sede de nuestra conciencia, siendo esta inmaterial. El cerebro es pues la interfaz entre nuestro ser físico y nuestra conciencia, permitiendo a esta manifestarse en la encarnación. No habitado por una conciencia, nuestro cuerpo es como un avión sin piloto.

La inteligencia y la máquina

El ordenador, por supuesto, no es inteligente, no más que cualquier robot. Sigue siendo solo una máquina, por muy potente que sea. A pesar de su complejidad, no tiene vida y es totalmente inútil si no está habitada y pilotada por directrices humanas. A esto se lo llama un programa informático. Solo entonces, el ordenador podrá ejecutar una actividad bien definida por su creador. Podrá cumplir tareas maravillosas, en términos de rapidez y capacidad, pero nunca excederá el marco claramente precisado por el hombre.

El ordenador nunca podrá crear por iniciativa propia, ni escoger según criterios éticos o morales. Solo encadenará series lógicas y aritméticas de operaciones definidas humanamente. En este sentido, a menudo es mucho más rápido y más fiable que el ser humano, puesto que puede memorizar una asombrosa suma de informaciones, y ejecutar tareas de forma mucho más rápida. Pero esto tampoco lo hace inteligente.

Medir la inteligencia

El ser humano, necesitado siempre de cuantificar y clasificarlo todo, ha deseado medir el grado de inteligencia. Apoyado por el gobierno francés, el sicólogo Alfred Binet pone, en 1905, las primeras bases de un test que será bautizado, después, como CI (coeficiente intelectual). Hay ahí un ultraje a la naturaleza humana, al pretender encerrar en un simple número la capacidad que tiene, un ser, de manifestar su inteligencia. En mi opinión, el concepto de CI es profundamente reductor, por la simple y pura razón de que la inteligencia no es cuantificable.

Desgraciadamente, solo se reconoce la inteligencia cuando encaja en el sistema normativizado de nuestra sociedad. El niño que funciona de forma diferente, y que no toma los senderos de reflexión balizados es rápidamente apartado y considerado como un fracasado. ¿No decía la institución escolar, de Albert Einstein, que era mal estudiante, limitado y retardado? La experiencia ha demostrado que su forma distinta de funcionar ha permitido un salto consecuente en la comprensión de la física nuclear.

La inteligencia no es una cuestión de velocidad

Algunas personas razonan más deprisa que otras, pero ¿hace esto de ellas unos seres más inteligentes? Desde mi punto de vista, ¡no! Nuestro mundo, centrado en la competición, confunde muchas veces inteligencia con competitividad, considerando, erróneamente, que la rapidez es un factor de inteligencia.

En resumen

La inteligencia no es exclusiva de las personas que han accedido a la enseñanza. La inteligencia es esa capacidad de construir la propia vida sobre el amor y la simplicidad, de encontrar respuestas directas y coherentes a las propias preguntas, de crecer a través de las experiencias personales, y de integrar el cambio con sabiduría. La inteligencia es la aptitud de manifestar, en el corazón y con armonía, lo que nos habita.

La inteligencia no necesita accesorios. No está ligada al mundo tecnológico. Puede desplegarse, en toda su dimensión, cuando estamos solos…, a orillas de un río…, contemplando la naturaleza…