Siempre me deja atónito observar hasta qué punto el ser humano se obstina en esperar que la solución de a sus problemas llegue del exterior, de instituciones políticas, gubernamentales o religiosas que prometen el cielo, la luna y las estrellas. Avanzando por ese camino, busca incluso despojarse de su propio poder, porque siempre le han inculcado que no existe por sí mismo, y que solo hallará su salvación en el exterior, como oveja dócil y obediente.
Pero, ¿cómo podemos imaginar, siquiera por un segundo, que la solución pueda venir de fuera? ¿Cómo es posible resolver un problema personal, dejando en manos de otros nuestra propia responsabilidad? Ninguna institución es reprochable, puesto que todas ellas existen porque el ser humano las ha creado como tapadera para ocultarse tras ellas, y despojarse, así, hábilmente, de sus propias responsabilidades e incoherencias.
Ningún gobierno tiene la capacidad de solucionar un problema del que nosotros huyamos, o que ocultemos. ¿Cómo puedo ganar más, pagar menos impuestos, trabajar menos, y además vivir más años? Eso es matemáticamente imposible, incluso un niño se daría cuenta de ello. Cuando una mayoría elige ingenuamente a un jefe de estado por su capacidad de mentir de forma seductora, mediante promesas tan milagrosas como irrealistas, me pregunto únicamente: ¿A quién hay que reprender? ¿Al electo manipulador o a quienes le votan y aún quieren creer en Papá Noel? ¿Cuál es el más bobo de todos? Nos consideramos víctimas de un sistema, cuando, en realidad, parece evidente que solo lo somos de nosotros mismos, en nuestra incapacidad de asumir coherentemente nuestras propias decisiones.
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¿Te sientes dominado por la dictadura patronal? ¡Conviértete en tu propio empleado!
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¿No soportas la prensa sensacionalista? ¡Deja de avalarla con tu lectura!
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¿No encuentras la felicidad en el amor? ¡Deja de confiárselo a otros!
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¿Te indigna la explotación de mano de obra barata en los países emergentes? ¡Compra productos locales, y acepta pagar diez veces más caro!
Con estas líneas, voluntariamente provocadoras, solo deseo apelar a la responsabilidad de cada uno. Cada trayectoria de vida está pavimentada de soluciones, pero el ser humano está tan encerrado en sus instituciones que no puede concebir su propia autonomía. Espera que la sociedad le dé trabajo, le dé de comer, le proteja, le haga feliz, que decida en su lugar, que le dé acceso a lo divino…Hasta el punto que se afirma en una especie de ayudantía, a la cual atribuye sistemáticamente la responsabilidad de todos sus males e insatisfacciones.
Nada viene del exterior, y menos aún la felicidad. Si nuestra vida no nos gusta, siempre podemos intentar huir de ella, pero allá donde vayamos nuestros problemas nos seguirán, hasta el fin del mundo. Nada del exterior podrá cambiar, si no empezamos a cambiar el interior. Al manejar nuestras dificultades sin imputarlas a otros, estamos reconociendo al fin nuestra implicación en ellas, y tomando conciencia de las soluciones que se derivan.
Todo es posible desde el momento en que dejamos de considerarnos prisioneros de un sistema, desde el momento en que asumimos nuestras decisiones de forma coherente y responsable. La persona que asume una decisión personal, por muy dolorosa que sea, tiene infinitamente más mérito que la que confía sus propias decisiones a otros para luego criticarlas mejor.
Avanzar de forma auténtica requiere mucho más coraje, pues implica despojarse de toda forma de indolencia o victimización.