Humor e inteligencia
El humor siempre ha sido para mí una forma de transformar lo ridículo en diversión, cuando en mi vida cotidiana la oportunidad se me presenta. El ser humano es sin duda el único organismo vivo conocido que tiene la capacidad de reír. El humor implica conciencia. Nada de cuanto el hombre haya podido inventar tiene la capacidad de hacer broma. ¿Alguna vez has visto un ordenador, por muy potente que sea, bromear por iniciativa propia? El humor está íntimamente ligado a la inteligencia, a esa facultad que tenemos de manifestar nuestra esencia en este plano terrestre. Estrechamente unido al corazón, se convierte en un medio de comunicación cuando el diálogo ya no es posible, cuando el ser humano se ve superado por la amplitud de un problema o de una situación. El humor negro toma a menudo el relevo en las situaciones límite, como al final de la vida, por ejemplo.
Demasiada seriedad
Reírse de otros es siempre fácil y hasta indolente. Pero reírse de uno mismo es una tarea sin duda más ardua. La auto-burla es una de las mejores terapias, pues nos ayuda a tomar conciencia de los juegos de nuestro propio ego, permitiéndonos así desactivarlos más eficazmente. La risa disuelve el ego. El ego es serio, el alma liviana, guasona, y no se toma en serio. Prueba de ello es que no habrás visto nunca reír a un militar, a un dictador o a un líder religioso. Lo serio se impone, puesto que, como la sociedad nos ha inculcado: “¡Con estas cosas no se bromea!”
¿Has visto la seriedad que reina casi sistemáticamente en las iglesias durante una misa? Ni una sonrisa…Los participantes están postrados y apostados como tumbas, parece que uno esté en un cementerio. Todo parece muerto. Y pretenden alimentar la fe… Las teorías, los conceptos, las ideologías, los filósofos y la teología rinden seriedad, y nos llevan a aprehender todo con gravedad y pesadez. Así, la cabeza se llena, pero el corazón permanece profundamente vacío. El ser humano al crecer, se vuelve inhibido, inválido, estreñido de risas. Su sentido del humor se parece a un vasto desierto del cual la vida se hubiera retirado.
Contemplar con humor
El humor abre la puerta del corazón, neutraliza todo juicio y nos abre a la compasión. Reírse de uno mismo y de lo ridículo de nuestras maneras de funcionar es pues la mejor forma de interrumpirlas. La broma permite desapegarse, relativizar, retirar la importancia exagerada que habíamos concedido a una situación o a una persona. Resulta a menudo divertido observar la hipocresía humana, llamada también “diplomacia”. La diplomacia consiste simplemente en saber bajarse los pantalones con clase, dando la sensación de no estar poniéndose en ridículo. ¡Pero si el ridículo no mata! Puedes estar seguro. Fíjate en el papa, por ejemplo, y en numerosos jefes de estado: Ellos son las pruebas vivientes. Si elegimos observarlos con humor, pierden todo su poder. Parecen entonces guiñoles burlescos, llegando a resultar lamentablemente grotescos. Aunque no lo sepan, son sin duda los humoristas más grandes del momento.
El humor no es solo una forma de comportarse o bromear, sino, ante todo, una forma distante de percibir lo que nos rodea. Observar con sentido del humor procura una distancia de seguridad, y frena lisa y llanamente la imbecilidad humana, retirándole todo crédito. Ya no hace falta reaccionar, militar u oponerse a nadie. ¿Podrías reaccionar de otra forma que no sea riendo frente a un bobo moribundo que, sobrevolando África, afirmase solemnemente que el preservativo agrava la problemática del sida? El humor desdramatiza, llevándonos a mirar y a observar con divertimento el comportamiento humano, para no darle demasiadas vueltas a la cabeza. ¿No resulta todo más fácil de observar con la ayuda del humor? Finalmente, los otros solo tienen el poder que nosotros les concedemos. Y el humor disuelve el poder.
Con la liviandad del niño
La vida es una gran farsa, una obra de teatro improvisada en la cual todos tenemos un papel. Observa a los niños: son los mejores actores. Ellos saben llevarnos de vuelta a esa inocencia, a esa pureza que también nosotros conocimos. El niño es espontáneo, antes de ser formateado. Su risa es profunda, emana del corazón, de forma instintiva. Sabe burlarse, y hasta termina hiriendo a menudo a los adultos con su autenticidad: “Mamá, ¿por qué a la señora le huele mal la boca?” El humor es parte integrante de la vida. Tener sentido del humor no consiste solamente en ver los DVD de los humoristas en boga, sino en tener, sobre todo, esa mirada divertida y liviana sobre la vida, y ante todo, sobre uno mismo.
Risa y meditación
La risa es un estado meditativo que nos reconecta con nuestra esencia. Cuando ríes plenamente, ya no hay pensamientos: tu mente se suspende bruscamente. Es totalmente imposible pensar mientras uno se ríe, la risa está en las antípodas de lo racional. La risa no responde a ninguna lógica, es una de esas raras llaves, asequibles en todo momento, que pueden llevarnos hasta un profundo estado meditativo. La risa es un desbordamiento interior, una fuente que brota y te inunda de una alegría profunda. Cuando te dejas llevar por una risa loca, incluso en las situaciones donde lo que conviene es estar serio, ya no controlas nada: meditas plena y profundamente.
Y para concluir con una nota humorística:
El papa fallece y llega al cielo todo engalanado. Altivo, cruza las puertas del paraíso, esperando ser recibido como merece. Pero San Pedro le cierra firmemente el paso: “¿Quién es usted? No puede entrar aquí de esta forma.”
El papa, sorprendido, responde: “Pero… ¡Cómo! Yo soy el papa, su embajador en la tierra.”
San Pedro exclama: “¿El papa? ¿Nuestro embajador? Pero si aquí nadie ha oído hablar nunca de usted.”
El papa, seguro de sí mismo, replica: “¡Ignorante que es usted! Diga simplemente a Dios que estoy aquí, y le ordenará dejarme pasar.”
San Pedro así lo hace: “Jefe, aquí hay un tipo que pretende ser el papa. ¿Le conoce usted?”
Y Dios responde: “¿El papa? Jamás he oído hablar de él.”
El papa, mosqueado, insiste: “Increíble, pregunte entonces a Jesús. El al menos me conoce.”
San Pedro exclama entonces: “Eh, chaval, un tipo dice ser el papa. ¿Le conoces?”
Jesús responde: “No, en absoluto.”
San Pedro se dirige entonces firmemente al recién llegado: “Lo siento, pero no puedo dejar pasar a un perfecto desconocido.”
El papa, profundamente picado intenta por última vez imponerse: “No puede usted expulsarme así, soy EL PAPA. Pregunte pues al Espíritu Santo, ¡él me conoce, seguro!”
Entonces San Pedro comprueba, suspirando: “Eh, fantasma, hay alguien aquí que afirma ser el papa y pretende conocerte…”
El Espíritu Santo reflexiona unos instantes antes de exclamar: “¿El papa? Pues claro que le conozco. Es ese tipo que difunde por ahí esos sucios rumores sobre María y yo. ¡Échalo fuera!”