Por lo que sabemos de la historia de la humanidad, nunca el hombre se había rodeado de tantos bienes materiales como en la actualidad. Basta con observar el florecimiento de los centros comerciales, que proliferan de forma increíble, mientras proponen todos esos productos “indispensables para nuestra felicidad”. La sociedad de consumo crea, sin cesar, nuevas necesidades totalmente artificiales, nuevas dependencias, nuevos pretextos materiales para fugarse. Hasta el punto de que, a menudo, el ser humano, absorbido por esa espiral del consumo, se vuelve incapaz de existir por sí mismo. Se identifica entonces con su ropa, su coche, su casa, su tren de vida…
Para satisfacer esta dependencia, el hombre ha decidido trabajar más duramente, endeudarse, en detrimento de su calidad de vida. Semejante opulencia no sería posible sin desarrollar, en las regiones pobres del mundo, una producción a bajo coste, irrespetuosa con la dignidad humana.
El cuadro puede parecer caricaturesco, pero refleja en suma, bastante fielmente, el comportamiento tipo que podemos encontrar en nuestro mundo occidental. Pero, ¿es por ello, el ser humano, más feliz? No lo parece, realmente, a juzgar por el número de personas enfermas y deprimidas.
El entorno material puede ser una apariencia tranquilizadora para aquellos que eligen convertirlo en un caparazón, mas no les aporta lo esencial. No supone para ellos más que un sucedáneo, una ilusión de confort: la apariencia de un mundo mejor. La acumulación compulsiva de bienes materiales no resuelve nada, es la mejor forma de fugarse, de no toparse con las propias heridas y los propios miedos.
Solo hace falta recorrer el mundo, para encontrarse la sonrisa luminosa y auténtica de aquellos que no poseen nada material, y a duras penas tienen de qué comer y vestirse, pero disponen, en cambio, de la mayor de las riquezas, de lo esencial: ¡El amor! Y esa riqueza, nada ni nadie pueden arrebatársela.
Muy pocas cosas son vitales para nosotros, pero ¿cuántas nos parecen indispensables?
Servir o esclavizarse
Lo material, en su origen, estaba destinado a servirnos; no obstante, la mayor parte del tiempo nos avasalla, nos convierte en sus esclavos. El teléfono móvil es un ejemplo: El ser humano ha podido vivir perfectamente hasta finales del siglo veinte… Pero, ¿cuántos hoy pueden prescindir de él durante más de una hora, sin sentirse angustiados por la idea de no estar accesibles? Aún así, ¿nos comunicamos mejor, ahora? Pareciera, más bien, que no lo hemos hecho nunca tan mal como hoy.
No se trata de denigrar lo material, y menos aún el teléfono móvil y las nuevas tecnologías, que pueden ser de gran utilidad si no elegimos convertirnos en sus esclavos. No se trata de renegar de todo lo material, sino de hacer de ello un uso inteligente, de ponerlo a nuestro servicio, y de no volvernos dependientes. Ahí nos damos cuenta de todo lo que nos es realmente indispensable, y ahí está, también, la gran desilusión: ¿Cómo hemos podido acumular tantas cosas fútiles e inútiles?
En conclusión
Cuando las adquisiciones materiales no suscitan la discordia, a menudo interesan muy poco a los herederos, cuyos gustos difieren. A la salida de nuestra vida terrestre, no nos llevamos más que el amor, y sobre esta tierra persisten únicamente sus frutos, cosechados de las semillas que habremos sembrado a lo largo de nuestro recorrido.
Privilegiar la calidad de vida está, no obstante, de moda, y muchas son las personas que hoy se hacen la misma reflexión, eligiendo un empleo a tiempo parcial, renunciando a un buen número de bártulos, renunciando, en definitiva, a lo que creían indispensable para vivir mejor.
Habiéndome gustado siempre experimentar los extremos, también yo he vivido la abundancia, en su lado efímero e inútil. Pero, hoy, gracias a esta experiencia, me siento más rico que nunca, no de los bienes que poseo, sino de cierto desposeimiento que me ha conducido a lo esencial, a mí mismo.
La esencia de la felicidad es la fragilidad. No podemos asegurar la felicidad, contrariamente a lo que sucede con los bienes materiales. La felicidad es sutil, aparece cuando menos la esperamos. Y si intentamos capturarla, materialmente, conservaremos a lo sumo su sombra; pero ella, la felicidad, ya se habrá marchado.