A menudo, se supone erróneamente que el apego es el cimiento del amor. ¿No decimos “poner la soga al cuello” al hablar del matrimonio? El apego tiene algo de reconfortante y de tranquilizador. Si se está bien apegado, no hay riesgo de perderse, de alejarse. Y así vamos balizando nuestra vida con numerosos apegos. Nos apegamos a los demás, a nuestras heridas, a nuestras creencias, a nuestros bienes materiales, creando así un tejido de dependencias.
Cada apego nos vuelve dependientes, nos esclaviza y limita lo que somos en esencia. Apego y dependencia van de la mano, son inseparables. Ata el cordón de tu zapato al zapato de tu vecino y os volveréis inevitablemente dependientes el uno del otro. Esto es una evidencia irrefutable.
Muchos están convencidos de que no pueden amar sin apegarse. Pero, ¿implica de verdad el amor vivir en dependencia del otro? ¿Exige que nos apeguemos a los demás? Esta es otra creencia que está muy extendida, y que a menudo se toma por evidencia absoluta. A mi modo de ver, el amor se vive desde la libertad, desde la incondicionalidad y desde la acogida, pero en ningún caso desde el apego, el cual no hace sino recluir el amor en la fisicalidad. Nada puede encarcelar el amor, ni hacer que cristalice. Desde el instante en que pretendemos dominarlo, ya está muerto.
El amor emana del corazón y no responde a ninguna ley. No podemos estar seguros de experimentarlo hacia un tercero eternamente. Hacer la promesa de un sentimiento duradero es deshonesto. El amor florece y dura el tiempo que dura, a veces el tiempo de un relámpago, a veces, mucho tiempo… Corta una flor para meterla en un jarrón. Se debilitará y te pertenecerá unos días en un mundo de apariencias que no es el suyo. Ama la flor en el prado, allí prosperará, el tiempo de una vida, y sembrará en todas direcciones. Mejor que intentar capturar el amor, es preferible alimentarlo diariamente, en su mantillo, para que florezca una y otra vez. Una vez que la flor cortada se ha marchitado ya es demasiado tarde.
El apego, al igual que los celos y la añoranza, son distorsiones del amor, en ningún caso pruebas de amor. El apego inmoviliza con su peso, el desapego da paso al movimiento natural de la vida. El ser humano se esfuerza en inmortalizar los sentimientos, en anclarlos a través de contratos vitalicios. El matrimonio es sin duda la mayor impostura en este sentido, es el primer corte a la mariposa. El matrimonio, como contrato, eutanasia el amor. No estoy diciendo que el amor no pueda durar toda una vida. Pienso solamente que está para vivirlo y nutrirlo diariamente. Para mí es la única forma de hacerlo florecer y durar más.
Por supuesto, el amor no implica que las parejas casadas deban divorciarse. Solo pide reconsiderar la noción de matrimonio, tal y como está impuesta por nuestra sociedad y por la religión, renunciar al mismo como contrato de compromiso para toda la vida, y reconsiderarlo como un compromiso de mantener viva, diariamente, la llama amorosa.
Las dependencias son pues obstáculos en nuestra vida, son limitativas, grilletes que fijamos sólidamente a nuestros tobillos, a lo largo de nuestras experiencias de vida. Nos mantienen atados a nuestras heridas, al proporcionarnos de forma indirecta una sensación reconfortante, afirmándonos así en el rol de la víctima que no tiene otra opción. Liberarse de los apegos implica ser valiente y responsable de nuestros actos, implica dejar de imputar nuestros problemas a otros. Liberarnos de los apegos nos lleva a asumir plenamente nuestras responsabilidades.
Mucha gente cree amar, cuando solo están sólidamente apegados, ligados por un contrato humano que no tiene nada de moral, y cuando en sus corazones ya nada vibra. Y sin embargo, dirán: “Somos felices”, pero su felicidad ilusoria ya solo es la creencia de algo que sus mentes intentan en vano resucitar. El apego es un obstáculo para el verdadero amor, porque siempre lo termina matando. El amor más puro e inocente no mendiga, se vive sin apego, sin expectativa, en calidad de anfitrión para el otro, para lo que es, para sus diferencias… No se trata de un ideal utopista reservado al mundo espiritual, sino de una realidad que puede ser vivida aquí y ahora, en la tierra, en la fisicalidad.
No esperes nada del amor: ¡vívelo en el corazón sin apegos!