¿Se puede encerrar o contener el amor en una relación exclusiva de por vida, cuando la misma biblia rebosa textos que describen relaciones polígamas? Este tema recurrente retrotrae una de las mayores hipocresías de nuestra sociedad biempensante: la noción de fidelidad.
¿Hay que ser fiel a uno mismo, o a la pareja? Está comprobado que ambas cosas son rara vez compatibles, y que el ser humano termina casi siempre por traicionar… o traicionarse. Personalmente, pienso que la exclusividad amorosa impuesta bajo la forma de contrato es una impostura de la naturaleza humana. Querer cristalizar unos sentimientos es profundamente irrespetuoso y contra natura.
En lo concreto, soy confidente de numerosas personas (hombres y mujeres) que vienen a exponerme su difícil realidad, una realidad a menudo muy distante de la promesa hecha un día, de amar para toda la vida, y de forma exclusiva. Admiro, ante todo, su valentía, pues no es fácil expresarse sobre este tema sin sentirse aguijoneado por la culpa e inmerso en un profundo sentimiento de impotencia. La pregunta punzante es casi siempre la misma: ¿Debo escuchar a mi corazón o respetar mi promesa?
Un buen número de personas se deciden a escuchar a su corazón, en secreto, a la vez que, en apariencia, siguen respetando el contrato… Algunos optan por la frustración, y la hacen pagar a su pareja, declarándola responsable de su propia impotencia. Otros tienen el coraje de renegar de su promesa, pasando de este modo por traidores… Como podemos ver, desde el momento en que los sentimientos evolucionan, el compromiso del matrimonio solo puede conducir al sufrimiento.
El amor bajo todas sus formas está hecho para multiplicarse. ¡Compártelo y se reforzará! No quieres menos a tus amigos porque tengas unos cuantos. Igualmente ocurre con tus hijos, con tus padres y con tus otros seres queridos, incluso, a veces más queridos de lo que pueda serlo un compañero amoroso. Entonces, ¿por qué introducir la noción de posesividad exclusiva en el contexto de la relación amorosa? El encerramiento se me aparece como tan en las antípodas del amor…
He visto morir a muchas personas que prefirieron la enfermedad antes que escuchar a su corazón. No puedo sino animar a cada ser a que se respete, más allá de cualquier contrato pasado. La inteligencia consiste en crecer a través de las experiencias propias, y no en levantar prisiones alrededor de uno. No podemos censurar a nadie. Si de verdad se quiere, solo cabe aceptar que la felicidad del otro pueda tomar un rumbo divergente.
Estar vivo implica movimiento e impermanencia. El amor que nos habita es inmutable, sin embargo nosotros estamos en constante mutación, y la expresión de ese amor evoluciona a lo largo de nuestra vida. Nadie puede saber en quién se convertirá mañana, puesto que seguimos construyéndonos permanentemente. Nuestros sentimientos están vivos y no se los puede contener. Solo la muerte puede cristalizar una vida terrestre, ¡pero no un contrato!
Así pues, amaros los unos a los otros…