Los partidos políticos y religiosos son sin duda las organizaciones más pervertidas de nuestra sociedad. Para mí, la noción de partido no puede existir en un mundo en el que la preocupación debería centrarse en los valores universales, en lugar de fomentar la división entre una izquierda y una derecha, entre un dios y otro dios… ¿Cómo podemos defender los valores humanos fundamentales si tomamos partido? En esencia, tomar partido genera obligatoriamente una exclusión. Una parte (porción de un todo, según el diccionario) no puede existir sino como fruto de una división, de una escisión. Partido y universalidad son pues esencialmente antinómicos.
Desde la noche de los tiempos, el ser humano se ha enredado en combates estériles con el fin de defender egoístamente sus intereses, ocultando hábilmente los de otros. Para mí, la política (como la espiritualidad) solo tiene sentido si aborda valores universales, tales como el uso de energía renovables que respeten el ecosistema, un comportamiento responsable frente a la evolución climática y a las generaciones venideras, y una economía basada prioritariamente en el respeto por el ser humano y su entorno. Los partidos políticos se amparan hábilmente de estos temas para seducir al electorado, tomando todas las precauciones para continuar en el inmovilismo, ya que abordar los grandes temas de la sociedad, tomando las medidas consecuentes, sería de todo menos popular, y por tanto, muy negativo para las siguientes elecciones. Y es que la preocupación esencial de un partido no es su ideal, sino su subsistencia.
El arte de la evitación
Es profundamente irresponsabilizante pensar que un partido pueda arreglar un problema en su raíz. Solo podrá rodearlo sin ir nunca a lo esencial, puesto que apartará siempre el tema fundamental que incomoda. El ser humano se ha hecho experto en materia de rodeo, hasta el punto de olvidar que es posible actuar sencillamente en la fuente. Tomemos un ejemplo muy simple: Los partidos opuestos de un país vecino se contradicen mutuamente desde hace años sobre la manera de repartir los aumentos disfrazados de retenciones fiscales, en lugar de enfrentarse a las aberraciones que conducen a la necesidad de semejante maná fiscal. Cuando algo se soluciona en su origen, es beneficioso para todos y satisface a todas las franjas de la población.
Tranquilizador y desculpabilizante
En época electoral, los carteles florecen al borde de las carreteras, como prostitutas que provocan y captan a cada conductor que pasa. Estas -las pancartas- proponen muchas listas de partidos y candidaturas de todo tipo, prometiendo a los ingenuos sedientos de promesas el milagro tan esperado. Así de tranquilizador resulta para numerosas personas el confiarse a uno de ellos, no teniendo después ya nada que preguntarse acerca de la forma profunda de funcionamiento. Adherir a un partido es muy desculpabilizante. Algunos partidos (por su nombre) parecen incluso defender valores cristianos o islámicos. ¿Qué hay de más reconfortante? Los poderes religiosos y políticos siempre han hecho buenas migas: el uno decidiendo lo que es bueno y el otro yendo a la guerra para defenderlo.
Asumir nuestras propias responsabilidades en lugar de delegarlas a un partido
Echando mano de otro ejemplo, algunos partidos imputan a un régimen político y a sus dirigentes la responsabilidad de la explotación de obreros que trabajan en diferentes zonas asiáticas por míseros salarios. Esta visión simplista, cómoda e irresponsable alimenta después las palabras de indignación que intercambian los occidentales, tranquilamente aposentados, estos, ante su televisor “Made in China“. Pero, ¿quién es el verdadero responsable de tal explotación? ¿El que responde a una demanda (el gobierno de turno) o aquel que alimenta un sistema que busca siempre consumir más barato (es decir, nosotros)?
Esas mismas personas que denuncian sin reflexionar se preocupan muy poco de saber dónde y cómo han sido producidos sus Smartphone, sus ordenadores y el cúmulo de aparatos que se fabrican sin respeto alguno por la mano de obra. ¿Están preparadas dichas personas para renunciar a un buen número de ellos, o a pagarlos de cinco a diez veces más caro, de forma que sean producidos desde la dignidad y respeto por el ser humano? Es manifiestamente mucho más difícil ser coherente con uno mismo que refugiarse tras un partido, sea el que sea.
La ecología: una postura, y no un partido
La mayor aberración del mundo político es pretender hacer de la ecología un partido. La ecología es una postura, una forma responsable de respetar la tierra y, en consecuencia, todas las formas de vida que intentan desarrollarse en ella. La ecología es un ideal que debería habitar en cada ser humano de esta tierra. Hace unos días oía a un cándido militante de un partido supuestamente ecologista afirmar alto y fuerte que había llegado el momento de hacer más sexy la ecología. ¡Qué aberración! ¿Cómo podríamos volverla más seductora si no es a través de la mentira?
A fuerza de negarla y evitarla, la ecología se ha vuelto una dura realidad, que enfrenta al ser humano con todo aquello que desde su comportamiento egoísta le molesta, puesto que nos obliga a cuestionar nuestras fuentes de energía, nuestra movilidad, nuestra política de consumo, así como los efectivos de una población terrestre que se ha vuelto sobreabundante. Entonces, ¿cómo podría un político ecologista seducir al electorado si lo sitúa ante la evidencia de que una energía producida respetuosamente no puede sino costar más cara, y que deberíamos consumir menos y comprometernos con una fase de decrecimiento? La ecología no es un partido… Es una urgencia planetaria. Desgraciadamente, esta ha sido travestida y ridiculizada por los partidos que pretenden defenderla.
Más coherencia en nuestros comportamientos
Mi forma de cambiar el mundo a mi escala no es pues la de elegir un partido, sino la de esforzarme por ser lo más coherente posible en una sociedad que no lo es. El trabajo empieza por tanto en mí, pues yo soy la única persona en el mundo a la que puedo cambiar. Paradójicamente, no cambiamos el mundo desde afuera, sino desde dentro, no juzgando a otros, sino reflexionando sobre nosotros mismos y readaptando lo mejor posible nuestras propias conductas. Si cada ser humano se embarcara sinceramente en este proceso, en lugar de dejar en manos de un partido su propio poder, el mundo, entonces, cambiaría de verdad.
¿Utopía? No lo creo. Las consecuencias de mis actos son directas, y mucho más portadoras que el voto que yo conceda a tal o cual candidato, representante del partido que supuestamente ha de cambiar el mundo por mí. Una elección de vida personal no es menos portadora que un voto electoral entre millones. Tiene incluso la ventaja de ser contagiosa, en el sentido que hace reflexionar al entorno a través del ejemplo, mientras que un voto electoral es anónimo y no se compromete sino a perpetuar la exclusión a través de un partido, instalándose siempre en la división. ¿Hasta cuándo el ser humano seguirá optando por entregar confiada y perezosamente su poder, para deslastrarse de sus responsabilidades?
Todo cuanto experimenta el mundo no es sino el fruto de nuestros comportamientos. No se puede seguir pagando menos caro y a la vez luchar contra la miseria en el mundo. No se puede financiar la jubilación trabajando menos años, cotizando menos y viviendo más tiempo. Hay leyes universales, lógicas, matemáticas e ineludibles que algunos partidos pretenden no obstante poder esquivar, y que algunos seres ingenuos alimentan ciegamente para no tener que enfrentarse a sus propias responsabilidades. Solo son algunos ejemplos de incoherencias, pero en nuestra vida cotidiana podemos ver multitud de ellos, siempre que tengamos la humildad de reconocer las consecuencias de nuestros comportamientos.
Vuelta a lo esencial
Nos debatimos cotidianamente en un mundo de compromisos y complicaciones, para no tener que ir a lo esencial, porque lo esencial pone en tela de juicio el coche, el robo de las riquezas que el planeta ha tardado millones de años en producir, un cierto confort material que creemos indispensable, y así seguido… Pero ningún partido osa enfrentarse a los temas simples, fundamentales y universales. Las vueltas y rodeos que se dan no son sino pretextos para evitar enfrentarse a lo esencial, que tanto molesta.
Pero, tarde o temprano, la vida nos conduce a lo esencial, de forma simple, y a veces dolorosa, si nos obcecamos en negar la evidencia. Los partidos responden pues a la necesidad de seres humanos irresponsables de sus actos cotidianos y a la voluntad de poder de aquellos que engordan de esta forma sus egos. Entonces, ¿es necesario seguir alimentando durante más tiempo un sistema así?
Mi forma personal de desaprobarlo consiste simplemente en no avalarlo dejando de alimentarlo con mi derecho a voto, durante las elecciones, por ejemplo. Así es como yo practico mi coherencia de no criticar ni juzgar las decisiones tomadas por esos partidos, que no hacen sino demostrar a medio plazo su incompetencia, su injerencia y su impotencia para resolver los temas fundamentales que se plantean en esta tierra.